Son siete, absurdamente irracionales, sus oscuros lentes nublan miradas, las de propios y ajenos, visitan plazas y palacios, mas nunca iglesias ni cementerios.
No sonríen al más mínimo cosquilleo de gracia que abunda en las calles, se jactan del silencio que distancia los unos a los otros, son más sujetos que cualquier objeto que transcurre en las nocturnas de la Capital.
La Capital, es el lugar preferido donde no se comprenden las visitas, es tan solamente una transeúnte mas del mundo que la resume. Su ubicación es más sagrada e inexacta que las venas de la religión católica, y por más que nunca hubo un milagro semejante, contempla en sus muros que la dividen, prosas y versos escritos por los poetas que ya no están, por los que vienen y los que vendrán.
Es gobernada trimestralmente por demócratas, comunistas y liberales, y no precisamente en ese orden, es el sitio donde nunca existió el orden, y de donde no se eximió a ningún prócer. La filosofía y la música de los ensayos y discursos, tan solo aburren a los visitantes.
Los Visitantes de la Capital, no se quedarán pero tampoco marcharán, pretenden instalarse a menos de treinta días, confiando que el calendario chino o el azteca, los sorprenda.
Pero, fueron testigos de un crimen. A pocas horas de marcharse, sin amigos ni lágrimas por derramar, el eco ruidoso de su voz los complació. Fue detrás de la terminal sur, se encontraron con el cuerpo de Celeste, una mujer de veinte años anticipadamente, con marcas de una grotesca discusión, con la sangre del traidor de su cuerpo en sus manos, y con los ojos mirando hacia el infinito. Se sospechaba del comediante Ezequiel, quien vivía en el segundo piso de la calle Parmentier y la Croissant, pues de el se sabía que entre las veinte y cuatro horas y su ácido espectáculo, le había perdido el gusto a lo humano, pero al llegar a su habitación, se había marchado. Una insignia sobre su mesa de luz descansaba, “Los Visitantes de la Capital”.
Inmediatamente, el gobierno de facto en turno, ordenó la prisión preventiva de los siete, y los visitantes tan solo obedecieron. Nunca reprocharon el crimen, jamás mencionaron una sola palabra. Aún se recuerda ese momento, los cronistas ya publicarían en sus diarios la crónica de los visitantes, los testigos eran testigos por primera vez de este circo donde la justicia no prometía nada, y el juez que la imparte, posaba sonriente ante las cámaras, agradeciendo que el día habría terminado, sin antes juzgarlos a condena perpetua, por el resto de los días.
El cielo de un solo color, los Visitantes de la Capital sonrieron por fin, de rodillas, frente a los muros poéticos, los mirones y los soldados de la quinta gendarmería. El silencio más mortal de todos aquellos asistió al evento.
El próximo fin de semana, Ezequiel presentará a Celeste en su nuevo espectáculo, beberá ginebra, y la Capital cambiará de mando a las siete de la mañana, los nuevos visitantes degustarán entre sus manos los aplausos por el evento, y en la Capital amanecerá un año mas, sin visitantes.
23/04/2008
No sonríen al más mínimo cosquilleo de gracia que abunda en las calles, se jactan del silencio que distancia los unos a los otros, son más sujetos que cualquier objeto que transcurre en las nocturnas de la Capital.
La Capital, es el lugar preferido donde no se comprenden las visitas, es tan solamente una transeúnte mas del mundo que la resume. Su ubicación es más sagrada e inexacta que las venas de la religión católica, y por más que nunca hubo un milagro semejante, contempla en sus muros que la dividen, prosas y versos escritos por los poetas que ya no están, por los que vienen y los que vendrán.
Es gobernada trimestralmente por demócratas, comunistas y liberales, y no precisamente en ese orden, es el sitio donde nunca existió el orden, y de donde no se eximió a ningún prócer. La filosofía y la música de los ensayos y discursos, tan solo aburren a los visitantes.
Los Visitantes de la Capital, no se quedarán pero tampoco marcharán, pretenden instalarse a menos de treinta días, confiando que el calendario chino o el azteca, los sorprenda.
Pero, fueron testigos de un crimen. A pocas horas de marcharse, sin amigos ni lágrimas por derramar, el eco ruidoso de su voz los complació. Fue detrás de la terminal sur, se encontraron con el cuerpo de Celeste, una mujer de veinte años anticipadamente, con marcas de una grotesca discusión, con la sangre del traidor de su cuerpo en sus manos, y con los ojos mirando hacia el infinito. Se sospechaba del comediante Ezequiel, quien vivía en el segundo piso de la calle Parmentier y la Croissant, pues de el se sabía que entre las veinte y cuatro horas y su ácido espectáculo, le había perdido el gusto a lo humano, pero al llegar a su habitación, se había marchado. Una insignia sobre su mesa de luz descansaba, “Los Visitantes de la Capital”.
Inmediatamente, el gobierno de facto en turno, ordenó la prisión preventiva de los siete, y los visitantes tan solo obedecieron. Nunca reprocharon el crimen, jamás mencionaron una sola palabra. Aún se recuerda ese momento, los cronistas ya publicarían en sus diarios la crónica de los visitantes, los testigos eran testigos por primera vez de este circo donde la justicia no prometía nada, y el juez que la imparte, posaba sonriente ante las cámaras, agradeciendo que el día habría terminado, sin antes juzgarlos a condena perpetua, por el resto de los días.
El cielo de un solo color, los Visitantes de la Capital sonrieron por fin, de rodillas, frente a los muros poéticos, los mirones y los soldados de la quinta gendarmería. El silencio más mortal de todos aquellos asistió al evento.
El próximo fin de semana, Ezequiel presentará a Celeste en su nuevo espectáculo, beberá ginebra, y la Capital cambiará de mando a las siete de la mañana, los nuevos visitantes degustarán entre sus manos los aplausos por el evento, y en la Capital amanecerá un año mas, sin visitantes.
23/04/2008
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