La Derrota de Victoria
(Parte Entre-Primera)
(Parte Entre-Primera)
Resulta que mi nombre no es adecuado para comenzar, mas si el lugar y la situación. Sucede a veces que recuerdas lo que haz vivido, hace ya muchos y muchos años.
Viví cerca de lo que hoy es Luxemburgo, fui el vigésimo sexto Arlequín de un Rey mal trecho por el tiempo, por la edad, por vaya uno a saber qué, pero siempre mal trecho.
Como era costumbre en el pueblo de Damís, los hijos de quienes accedían a la corona casi siempre eran aguerridos príncipes que vigilaban y degustaban destellar sus espadas ante dragones y brujos, con la intención de salvar damiselas, claro, eso sí, eran historias tan increíblemente creíbles, que ninguno se atrevía a preguntar si éstos existían. ¡Yo nunca vi uno!.
Cerca del límite de las Edades, existía el mito de Victoria, una princesa mal amada y viviente en su desgracia, que dejaba en ridículo a cada príncipe que quisiese rescatarla, su ego de mujer tan grande era que se atrevió a descarnar al brujo que la encerró en tal morada, sólo por el hecho de que a ella le parecía incorrecto y de mal gusto.
El mito, cada vez más grande, tomaba realidad, la decepción de "los miserables" había llegado a mi puerta. Visité el límite de las Edades, conocí a Victoria, fui rechazado, fui un miserable más.
Mañana cuando el sol se haya cansado y la Luna se haya vestido de amante perfecta, la noche de los miserables habrá comenzado.
Por tanto, es todo lo que recuerdo de este recuerdo vivido, encarnado ante mi propia presencia en esta habitación, en esta memoria, en éstos rasgos.
Viví cerca de lo que hoy es Luxemburgo, fui el vigésimo sexto Arlequín de un Rey mal trecho por el tiempo, por la edad, por vaya uno a saber qué, pero siempre mal trecho.
Como era costumbre en el pueblo de Damís, los hijos de quienes accedían a la corona casi siempre eran aguerridos príncipes que vigilaban y degustaban destellar sus espadas ante dragones y brujos, con la intención de salvar damiselas, claro, eso sí, eran historias tan increíblemente creíbles, que ninguno se atrevía a preguntar si éstos existían. ¡Yo nunca vi uno!.
Cerca del límite de las Edades, existía el mito de Victoria, una princesa mal amada y viviente en su desgracia, que dejaba en ridículo a cada príncipe que quisiese rescatarla, su ego de mujer tan grande era que se atrevió a descarnar al brujo que la encerró en tal morada, sólo por el hecho de que a ella le parecía incorrecto y de mal gusto.
El mito, cada vez más grande, tomaba realidad, la decepción de "los miserables" había llegado a mi puerta. Visité el límite de las Edades, conocí a Victoria, fui rechazado, fui un miserable más.
Mañana cuando el sol se haya cansado y la Luna se haya vestido de amante perfecta, la noche de los miserables habrá comenzado.
Por tanto, es todo lo que recuerdo de este recuerdo vivido, encarnado ante mi propia presencia en esta habitación, en esta memoria, en éstos rasgos.
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