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lunes, 2 de agosto de 2010

...Objetos personales, Sujetos compartidos...

"Y si de algo trata, es muy probable que con el correr de los años su figura haya desmejorado, pero quién peor que yo para no saber notarlo, y aunque haya constado en algún retorno no pos fechado, debería admitirle que mis ojos ya no miran tanto, y que mi corazón de madero, de no temblar se anda muriendo. O quizás no digamos nada..."

Bitácora del Capitán

Tan largos se le habían hecho sus años, que ya no quedaba nada sobre sus sienes, tan corto se le había hecho el mar, que ya no necesitaba de alguna brújula para saberse perdido en cualquier lugar, tan solo se andaba con su soledad, que hasta sus soberbias compañías en la eterna mortalidad lo habían dejado, incluso sus sueños o su insomnio de realidad, pesaban tanto que ya no era capaz de llevárselos con el.

El despertar sobre el azul de su suelo, bajo el azul de su cielo, se le convirtió en una rutina de más de cincuenta años, lo que sí nunca cambió con el tiempo fueron aquellos pájaros negros sobre sus hombros, y su corazón de madero rústico capaz de no sentir ni razonar, capaz de no latir por miedo a vivir.

Su tripulación lo abandonó en el puerto del sur de sus pesadillas, esa misma tripulación que constó siempre de once aguerridos piratas, que temor daban con tan solo mirarlos, esos once que fueron para él su única bitácora una mañana de octubre abandonaron al capitán y a su barco, decidieron que mejor serían delincuentes comunes y corrientes para no perseguir más la lucidez de la locura de su eterno capitán, que por rústicos recuerdos de su ella, no volvió jamás a ser igual. Desde aquél jueves de octubre del año nosecuanto en el puerto nomeacuerdo, el capitán soñó con volver a esa tierra que lo quiso, que pudo haberlo olvidado, con la piel de su única patria, de la mujer a la que realmente habría amado y a la que cobardemente abandonó por las barbas de su mar, y sus bitácoras se fueron asemejando a un diario escrito para nadie con sabor a todo, con faltas de ortografía y sin signos de admiración, un diario en blanco, en el cual en la última página rasgada a la mitad descansaba alguna que otra palabra, y en medio de tantas lágrimas, el nombre de su amada por quien volvería a la mañana siguiente.

Pudo ser la sensación, de algún recuerdo, hechada por la borda, o tan solo el roce con algún Déjà vu venidero; Al fin y al cabo Magnolia ya no estaba más al final de sus coartadas, o al principio de sus juicios, en aquellos treinta y tantos de febrero que pasaron juntos sin decirse mas que nada, acortando su distancia con el juego de miradas, de aquellas citas bajo las faldas del beso francés, o las caminatas en el puerto de frutos muertos, llenos de vida. Era aquél sueño que últimamente se repetía que lo mantenía despierto, llegar a tierra firme y encontrársela deshojando sus girasoles, pero sabía con perfecta sensación que ella no lo esperaría, no se habían atado al compromiso por miedo a la costumbre, y en su escape, el capitán no habría prometido volver, así que si ella se encontraba en el puerto al día de su llegada, sería tan solo una coincidencia de esas que la vida no está tan segura, sobre todo cuando aún no ha sucedido.

Fue así como una mañana de diciembre el capitán arribó al puerto de Magnolia, tomó sus papeles húmedos y muertos y fue en búsqueda de ella; Sin embargo, había algo en su imaginario que no le permitía moverse de su dirección, fuese como si aquellos sucesos, inclusive la leve lluvia que mojaba su rostro, ya hubiesen ocurrido, y quizás tratando de restarle importancia a lo que estaba por venir siguió su rumbo sin temor a nada, solamente de que a diferencia de lo que suponía iba a pasar, ella no esté más entre los ellos y ellas. Pero no fue así, al llegar al borde de la montaña del "Sendero" la encontró sentada mirando al firmamento como la primera vez de su encuentro, su corazón tembló de miedo, sus miradas se cruzaron de avenida, se sorprendieron. Tanto esperó este momento que no pudo esperar más, pero Magnolia, no lo reconocería. Es como si su memoria la hubiese abandonado, dejando su inmortal belleza agotarse con los años, como si nunca fue el capitán de su puerto, como si él nunca hubiese sido él.

Los días pasaron, frente a la taberna descansaba por las mañanas su cuerpo entero, salvo sus ojos, el resto estaba muerto, no podía concebir que sus mejores recuerdos de a dos ahora solo le pertenecieran a uno, a él, y sin embargo él ya no era él, tan solo era un perfecto desconocido con más edad y menos dientes, y ella tan sólo pasaba los jueves por aquella taberna, pero cada intento era inútil, cada vez que deseaba acercársela el viento lo tumbaba de un golpe hacia el suelo, el cuerpo le era tan inútil como su voz y su eco, se sentía muerto en vida mucho antes de tiempo... Y así aprendió a olvidarla en la tierra, fue dejando que lo cercano lo vaya alejando, fue olvidando de a poco los retazos de la hermosura de Magnolia, fue olvidándose de que los jueves tenía una única oportunidad, fue dejando su sombrero en las bancas de la plaza Central, su bitácora a sus pies, su corazón a su merced... Magnolia había dejado de ser una cuenta pendiente, se había vuelto algo que nunca existió, un recuerdo pasado que se le hizo tan presente, que tan solo prefirió olvidar más tarde que de costumbre.

Y una mañana de marzo cuando la primavera daba indicios de ser ella, Magnolia rozó el hombro de aquél ser muerto en vida:

"Mi capitán, ha vuelto a este puerto, espero que no le moleste, he leído y releído su bitácora y por más que no quiera me he dado cuenta que soy yo a quien espera, si tan solo pudiera escucharme mi capitán, mi marinero, mi anónimo, lo espero bajo la falda del beso francés, para morirnos de nuevo... Que nuestro Déjà vu no tiene tiempo y espera por nosotros. Tan solo espero no haberme tardado mucho en recordar, y que usted se tarde en olvidarme. El firmamento por fin será nuestro, se lo prometo " - Magnolia.

Y sentado delante de sus antónimos anónimos, como un héroe asustado, apuntándole al corazón de su Juana del triunfo, sosteniéndole sus miserabales victorias, mientras ella rasgaba su sombra y al tono de ambos, el susurro dejó escuchar lo que nunca ellos se dijeron: "Que mi historia va sin hache, que mis pasos se han ido contigo..."

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