"Algún viernes de septiembre, desearía no bailar sola"... Uriel
Al fondo de aquella calle empedrada, cerca de San Telmo, cada viernes de septiembre cuando no llovizna en la vieja Buenos Aires, Naima ensordece a los visitantes con su cajita musical.
Como todo lo viejo, la cajita también se encuentra a la venta, aunque nadie la desea comprar, su música es tan fascinante que nadie desearía volver a pasar por ahí sin imaginarse un sueño profundo y eterno en el cual sumergen aquellas notas casi errantes atormentadas por el tiempo.
Dentro de ella, una joven bailarina envejecida con los años baila su canción preferida, año tras año ha visto infinitos rostros que la observan con serenidad, con intriga impaciente, como si no desearan que termine su baile. Su nombre, Uriel, de origen anglosajón y piel tosca como el mármol, cada viernes de septiembre que pasa, desearía bailar aquella música que se toca en fondo, con alguien, aunque sea por alguna vez.
Ramni, de diez y seis años, se mudó hace varios días al barrio, nunca tuvo la suerte de poder escuchar, aunque aquello jamás le impidió poder crear seres inimaginables de madera, marionetas colgadas en un circo de papel, estropeado con el viento. Desde entonces luce cada viernes de septiembe, en esa misma calle empedrada, su festival de marionetas.
Una noche de jueves, Epidio, la marioneta más hermosa nunca antes concebida, se asomó a la ventana de la habitación de Ramni, y observó que Naima estaba por cerrar su cajita musical, hasta que por fin pudo mirar a Uriel, y entusiasmado, volvió al baúl de venta.
Entre tanta gente de viernes, Uriel comenzó su baile, aunque un poco angustiada, sentía miradas extrañas, pero no sabría por donde comenzar, hasta que en su primer paso a la vereda de enfrente, pudo observar a Epidio, sentado, mirándola fijamente. Al primer aplauso de la gente, Epidio se levantó, tomó la forma ausente que aguardaba Uriel, y comenzó a bailar, ambos cerraron los ojos, se sentían tan cerca, que nadie los podía tocar. La luna acompañó esa tarde que la lluvia destrozó en cristales de estrellas muertas de envidia de aquellos amantes de la danza musical. Uriel, sonrojada, se escondió de felicidad. Epidio, entusiasmado, volvió al baúl de venta.
"Viernes de septiembre, lo deseo..." Uriel, Epidio.
Cada viernes de septiembre, la danza se hacía más fuerte, las sonrisas, ajenas a sus dueños, no dejaban de soñar. El baile, no se quería cansar.
Amaneció como cualquier viernes de Septiembre, Uriel quería comenzar a bailar tan pronto se ponga la primera hora de la tarde, con su amado, y al abrirse la magia musical, Uriel levantó la mirada expectante de que él esté ahí, como siempre, para siempre, pero un individuo de tez blanca tenía en su mano a Epidio, tomó dos marionetas más, y se despidió de Ramni. Al mirarlo partir, Uriel se quedó petrificada, su amante se iba, quién sabe a donde, quién sabe porqué, pero se quedó sola en su viernes de septiembre, aunque la mirada de Epidio le describía perfectamente: "Nunca dejes de bailar, volveré". La cajita se cerró, Uriel, no se despidió.
Treinta y tres años más tarde, Naima sacó su cajita musical en la misma calle empedrada de Septiembre, Uriel, cansada y ya sin color se quedaba horas bailando ya sin fuerza, sin felicidad, sin pasión.
"Bailamos?,Aquella voz, aquella voz tan fuerte hizo eco en sus oídos cansados.
"Epidio, sos, sos vos?" Respondió Uriel.
"Te prometí que volvería, y volví" Respondió aquella voz. Uriel al mirar a Naima, comprendió que ella la abandonó para ir a recuperar a Epidio, y no le importó cuanto tiempo perteneció abandonada, sabía que ella la comprendía.
Aquella llovizna nocturna de sábado amaneciente nunca se olvidará, Ramni y Naima entraron apresurados a la vieja casa de él, como dos enamorados... Y afuera, el espectáculo más amado por la luna, Uriel y Epidio, bailando en la cajita musical.
"Cada viernes de septiembre, nunca te canses de soñar"
Al fondo de aquella calle empedrada, cerca de San Telmo, cada viernes de septiembre cuando no llovizna en la vieja Buenos Aires, Naima ensordece a los visitantes con su cajita musical.
Como todo lo viejo, la cajita también se encuentra a la venta, aunque nadie la desea comprar, su música es tan fascinante que nadie desearía volver a pasar por ahí sin imaginarse un sueño profundo y eterno en el cual sumergen aquellas notas casi errantes atormentadas por el tiempo.
Dentro de ella, una joven bailarina envejecida con los años baila su canción preferida, año tras año ha visto infinitos rostros que la observan con serenidad, con intriga impaciente, como si no desearan que termine su baile. Su nombre, Uriel, de origen anglosajón y piel tosca como el mármol, cada viernes de septiembre que pasa, desearía bailar aquella música que se toca en fondo, con alguien, aunque sea por alguna vez.
Ramni, de diez y seis años, se mudó hace varios días al barrio, nunca tuvo la suerte de poder escuchar, aunque aquello jamás le impidió poder crear seres inimaginables de madera, marionetas colgadas en un circo de papel, estropeado con el viento. Desde entonces luce cada viernes de septiembe, en esa misma calle empedrada, su festival de marionetas.
Una noche de jueves, Epidio, la marioneta más hermosa nunca antes concebida, se asomó a la ventana de la habitación de Ramni, y observó que Naima estaba por cerrar su cajita musical, hasta que por fin pudo mirar a Uriel, y entusiasmado, volvió al baúl de venta.
Entre tanta gente de viernes, Uriel comenzó su baile, aunque un poco angustiada, sentía miradas extrañas, pero no sabría por donde comenzar, hasta que en su primer paso a la vereda de enfrente, pudo observar a Epidio, sentado, mirándola fijamente. Al primer aplauso de la gente, Epidio se levantó, tomó la forma ausente que aguardaba Uriel, y comenzó a bailar, ambos cerraron los ojos, se sentían tan cerca, que nadie los podía tocar. La luna acompañó esa tarde que la lluvia destrozó en cristales de estrellas muertas de envidia de aquellos amantes de la danza musical. Uriel, sonrojada, se escondió de felicidad. Epidio, entusiasmado, volvió al baúl de venta.
"Viernes de septiembre, lo deseo..." Uriel, Epidio.
Cada viernes de septiembre, la danza se hacía más fuerte, las sonrisas, ajenas a sus dueños, no dejaban de soñar. El baile, no se quería cansar.
Amaneció como cualquier viernes de Septiembre, Uriel quería comenzar a bailar tan pronto se ponga la primera hora de la tarde, con su amado, y al abrirse la magia musical, Uriel levantó la mirada expectante de que él esté ahí, como siempre, para siempre, pero un individuo de tez blanca tenía en su mano a Epidio, tomó dos marionetas más, y se despidió de Ramni. Al mirarlo partir, Uriel se quedó petrificada, su amante se iba, quién sabe a donde, quién sabe porqué, pero se quedó sola en su viernes de septiembre, aunque la mirada de Epidio le describía perfectamente: "Nunca dejes de bailar, volveré". La cajita se cerró, Uriel, no se despidió.
Treinta y tres años más tarde, Naima sacó su cajita musical en la misma calle empedrada de Septiembre, Uriel, cansada y ya sin color se quedaba horas bailando ya sin fuerza, sin felicidad, sin pasión.
"Bailamos?,Aquella voz, aquella voz tan fuerte hizo eco en sus oídos cansados.
"Epidio, sos, sos vos?" Respondió Uriel.
"Te prometí que volvería, y volví" Respondió aquella voz. Uriel al mirar a Naima, comprendió que ella la abandonó para ir a recuperar a Epidio, y no le importó cuanto tiempo perteneció abandonada, sabía que ella la comprendía.
Aquella llovizna nocturna de sábado amaneciente nunca se olvidará, Ramni y Naima entraron apresurados a la vieja casa de él, como dos enamorados... Y afuera, el espectáculo más amado por la luna, Uriel y Epidio, bailando en la cajita musical.
"Cada viernes de septiembre, nunca te canses de soñar"
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