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lunes, 3 de mayo de 2010

...El Lado Oscuro de la Luna...

Quiero Agradecer a Luis Felipe Pesantez por los retazos y sugerencias literarias para este cuento. Con esto doy sentado el retorno oficial del Espantapájaro y así por fin el lápiz podrá tomarse unas vacaciones no definidas. Para quienes lo lean, les recomiendo que antes hayan leido La Hija de la Luna (I, II y III), ya que de estos se da el siguiente relato. Una vez más, muchas gracias a todos, esperando que lo disfruten... Juan,


Del Retorno


Cuentan que hace mucho, la luna se robó la madrugada, y la furia irracional de bastos imperios con reyes sedientos de codicias, ordenaron atacarla, generándole fisuras, cráteres, y un llanto pálido… Ella obscureció en su mitad, y jamás, quiso postrarse en sus retinas nuevamente…


Cientos de siglos después, los murmullos celebran el día del no sol, esta gente que danza y celebra frente a la oscuridad, recordando el día en que aquel desapareció, en su desencuentro a los pies de Erdna. Al correr de años atrás, los días dejaron de serlo, y los humanos con tan contados después, dejaron de controlarlos, de mencionarlos, dejaron de cumplir años, de crecer, de creer, inclusive el terror de dormir allanaba sus sueños con algún destello que pudiera condenarlos en una eterna ceguera.


Hubo de aquellos que murieron al realizar una escalera con fin infinito tratando de revivir al sol en medio de una revolución, equívocos de sus propios errores, solamente fueron dueños de un momento, más no de un verdadero sentimiento.


En aquel instante, las venas abiertas del viento levantaron cenizas hechas polvo, que frecuentaron de apoco las faldas de las rocas del sur. Una inmensa gabardina negra, con siete tréboles bien distinguidos, apareció posándose en el ser creado por las cenizas. Sobre él, recelaba un sombrero de circo gris y negro, antítesis de un espectáculo, como si hubiese sido invitado pero al que nunca asistió. La cinta que rodeaba su cuello mantenía huellas de color pálido sol, enferma de agonía por haberse abandonado a los pies de Erdna. Sobre su cintura se posa una cantimplora con lo que queda de un güiski mal escrito y barato, pero el más deseado en los restos de encuentros olvidados, y en su mano izquierda duerme el instrumento más letal que pudo contener, un Piccolo, que hasta ahora nunca pudo ser armonizado, mientras que en su bolsillo derecho guarda partituras y su séptimo capricho literal, el cual se resume en su adoración a las hojas secas de viejos libros contados en narrativa histórica, sepultados en maizales, muchos de ellos incinerados y sin rastro, pero, y sin notarlo, olvidando que sus almas los persiguen sin dudarlo.


Dentro de él duerme un cancerígeno corazón partido a la mitad que recuerda de a poco un leve sentimiento que provoca latidos a medio rodeo, obligándolo a respirar y a sentir. Es ahí cuando decide tocar solamente dos notas, para poder suprimir sentimiento alguno, que con la ayuda del viento recorren espacios hasta sumergirse en el mundo de allí abajo e interrumpir la ópera que actúa sobre parajes, ciudades y valles, con humanos como propios actores y espectadores extraños. Es el sonido más agudo, tenue y encantador, que eriza la piel, recorriendo los poros y obliga a llorar por llanto, devolviendo a la tierra lo que obtuvieron de ella, sonido melódico que encarnan lágrimas, hasta dejar los cuerpos sin vida en deshidratación. Cada lágrima no es por algún pecado cometido, es por el hecho de no entender aquél sacrificio mortífero de haberse dejado sabotear en su madrugada por algún espía y haberse llevado con él un Espantapájaro, al que decidió recordarlo y con su cuerpo y mente, revivir.


Es como si su repudio, su amor y su inconciente, se hubiesen mimetizado a las palabras y los juegos ingenuos de aquel Espantapájaro, a los versos que él conjura lentamente cada tanto, y haber despertado para poder recelar de este mundo del cual no obtuvo nada más que un fracaso y un error; el haber despreciado y causado el coma de la luna. Desea con tanta frecuencia tocar su melodía, pero sabe correctamente y con cortesía, que ésta misma podría deshidratar a su doncella, lo que menos querría en el mundo, a lo que decidió vagar por las espinas, y tratar de evitar ese profundo ardor que corre por sus venas, pequeñas explosiones solares que estremecen su cuerpo, y se elevan en cenizas, posando en su sombrero el fuego errante.


El tiempo no le preocupa, es su enemigo menos severo, sabe que su inmortalidad en juego con los contados del Espantapájaro, sobrevivirá por lo menos unos ciento y tantos de años, tiempo deseoso para poder llegar hasta donde ella se oculta. En su andar, resume y recuerda notas y seres deshidratados por su música.


Y a sus distancias, pronto se aproximará, para poder absorberse en ella y dejarse ser en su claro de luna.


Timoratamente, los reyes de los bastos imperios decidieron aniquilar a la “bestia solar”, como así lo conocían, y evitar que la humanidad se extinga; Mientras que él, sigue su camino murmurando con acento castellano un perfecto francés de nombres y palabras, sediento de venganza, aunque de vez en tantos deja respirar a su otra parte, que relata sobre la sangre de los caídos, versos y escritos, como si quisiera recordar quién fue.


El momento se está acercando, cientos de humanos sin entender el porqué, apuntan sus armas hacia él, y hacia la luna, como si quisieran lograr su rendición antes de una guerra, mientras que él camina lentamente… De repente, se detiene, el silencio del desierto es el único relator, su mano derecha levanta su cantimplora, bebe tan solamente lo que sobra, sobre su lengua recaen seis gotas de su elixir, quemándola y logrando un vapor atemorizante… Despacio y sin prisa, prosigue a tomar su flautín, y las flechas de sus enemigos, atraviesan su cuerpo desgarrando su gabardina. La melódica música comienza a desesperarlos y unos a otros se sostienen sin saber el origen de su llanto, cayendo en desesperación, matándose al instante… Una leve llovizna sacude el escenario, la luna no ha podido soportar la melodía comenzando a llorar y dejándose caer en pedazos, obligándolo a detenerse…


Minutos mas tarde, sobre restos secos emprende su ascenso hacia la montaña noreste, lugar donde podría alcanzar a la luna, y una vez dentro de ella, alquilarse un cráter para poder terminar su obra maestra, y destruir aquél mundo que los despreció, para renacer nuevamente, alcanzando el siguiente eclipse…


Cuentan que hace poco, la humanidad se extinguió, el sol cumplió la promesa debida, dejó en cuerpo y sensación al Espantapájaro. Dentro de él soborna a su mente su corazón menguante, enamorado de ella en el ajetreo constante con sus plebeyas, rasgando en su memoria, el rastro de su risa y su figura, principio de su locura… Se quedó con ciertas manías y quien reconozca su rostro, sabrá que al mirarlo en imperfección, sus ojos esconden lo que al mundo jamás le contó.


Y así, la aberración del tercer plural, ocasionó el retorno, del Espantapájaro LiteratoS.



Este Lápiz siempre fue mío, a veces siento que nadie puede observarme, pero no tengo tiempo para el lujo de charlarte los enojos. Creé un mundo, un sentimiento, una cobardía enardecida, y una felicidad inexplicable. Aquí estoy sin que se acabe, y puedo olvidarme de morir, porque viviré eternamente... Soy el Lado Oscuro de la Luna, el fiel amante de sus nocturnas hendiduras, el calmante de su llanto, y el causante de su felicidad.
Espantapájaro LiteratoS


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