En el balcón, ella, con su cabellera de oveja negra, pecadora mortal de su memoria de ensueño adolescente, su mirada que coquetea con tantas estrellas, algunas escondidas en faros de la ciudad porteña, desnuda a flor de piel confesando a su cuerpo las aventuras que se fueron, y nada más que ella, con las preguntas que la suelen visitar en el silencio de soledad que mofa de realidad, esperando al antiguo sol temprano en la mañana de un domingo, antesala de una noche a medias.
Con las dudas que acarrean, la culpa de los comunes, de los sentidos que le pesan, el sueño de ella no es ligero, la noche le ofreció en carne y hueso, el Apocalipsis del deseo, la manzana prohibida del mercadillo de frutas, la voz tajante y atosigante del amante en turno, las velas del candelabro que se apagan, los cortes de cabeza, el sexo del amor sabor de fresa, el sudor de la pasión, el calor del terremoto.
La mañana toma forma de ella, aclara su color contando las horas, desde cero hasta septiembre, la cobardía al dar una cara que esconde, sin pesarle arrepentimiento alguno, semejanza de pareja, adjetivo de placer, vuelve ella, a su vientre en sus alcobas, se recuesta sobre el polvo de recientes, acaricia los espacios de pendientes, todo lo que queda… Despierta el, y nada mas es ella, otra vez en su balcón, correctamente involucrada en despedidas, las estrellas ya han dormido, el puerto ya se ha ido.
Mañana domingo, por la mañana, en su cartera llevará sus buenas costumbres de no necesitar, y nada más que ella, ya sin nadies, de vuelta a sus balcones, con su impecable testigo de caricias, sin excusas de mas tardes.
Con las dudas que acarrean, la culpa de los comunes, de los sentidos que le pesan, el sueño de ella no es ligero, la noche le ofreció en carne y hueso, el Apocalipsis del deseo, la manzana prohibida del mercadillo de frutas, la voz tajante y atosigante del amante en turno, las velas del candelabro que se apagan, los cortes de cabeza, el sexo del amor sabor de fresa, el sudor de la pasión, el calor del terremoto.
La mañana toma forma de ella, aclara su color contando las horas, desde cero hasta septiembre, la cobardía al dar una cara que esconde, sin pesarle arrepentimiento alguno, semejanza de pareja, adjetivo de placer, vuelve ella, a su vientre en sus alcobas, se recuesta sobre el polvo de recientes, acaricia los espacios de pendientes, todo lo que queda… Despierta el, y nada mas es ella, otra vez en su balcón, correctamente involucrada en despedidas, las estrellas ya han dormido, el puerto ya se ha ido.
Mañana domingo, por la mañana, en su cartera llevará sus buenas costumbres de no necesitar, y nada más que ella, ya sin nadies, de vuelta a sus balcones, con su impecable testigo de caricias, sin excusas de mas tardes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario