Había pasado ya una larga hora desde que la lluvia tomó por sorpresa a la ciudad.
Ella permanecía dentro de aquel café irlandés espiando sus obras de arte, se quedaba mirando varios segundos las que había pintado por primera vez; Pidió un café largo mientras esperaba que la lluvia termine con su rabia.
Su departamento quedaba a seis cuadras del lugar, pero no tenía la prisa constante de todos los días para volver, ese día no. Adoraba el aroma del café por la mañana, especialmente cuando era invierno, gustaba de observar la mirada de la gente, sobre todo en el metro, pues siempre pensó que los ojos decían mas que las palabras, quizás por tal razón nunca quiso aventurarse a alguna relación duradera.
Su admiración por los Films de Almodóvar era indiscutible, ya habría comprado las entradas para su último estreno, al cual nunca faltaría. Detestaba el olor a cigarro y las preguntas incómodas en lugares inapropiados, pues le parecía que iba en contra de lo que ella pensaba, sin embargo, siempre las respondía con su sonrisa de encanto, para alegrar al intrigado.
Recuerda haber entrado en aquél lugar unas contadas veces, y aunque siempre estaba repleto, encontraba algún espacio para pedir su café y leer algún libro de esos que nunca pasan de moda, pero ese día al lugar lo colmaba la ausencia, solamente ella, el mesero y el dueño se encontraban ahí, hasta que el ruido de la puerta la distrajo.
El había entrado algo distraído, como si supiera exactamente a donde llegaba y en donde sentarse. Llamó al mesero, le susurró al oído, y el mesero respondió alegremente. Minutos más tarde, volvió con una copa con coñac hasta la mitad y un atado de Philip Morris, parecía que iba a quedarse más de lo esperado.
El vivía lejos del lugar, pero últimamente concurría más de lo normal, siempre pensó que era el mejor sitio para poder distraer su mente, recordar los Films de Chaplin, la música de Beethoven y los relatos del Marqués para saber qué podría hacer pasadas las diez.
No soportaba a la gente con dietas y parámetros estructurados, mas era vegetariano por gusto ya que la carne que degustaba no se encontraba fácilmente en el mercado de la ciudad.
No había notado que en la mesa de enfrente se encontraba ella sentada con las piernas cruzadas, como le había enseñado su abuela desde pequeña, hasta que alzó la mirada con la sorpresa de haber encontrado algo en “Rayuela”, como si fuese lo que esperaba escuchar ese preciso instante, y sus ojos se impregnaron de su belleza.
Ella había derramado un poco de su café sobre la mesa, y alzó la mirada para llamar al mesero, hasta que sintió que era observada, nunca se lo imaginó, quien estaba al frente la miraba con decencia y delicadeza, como si deseara entablar una conversación a ciegas en algún lugar remoto de esta tierra. A veces fantaseaba demasiado. Pero esa mirada fue intrigante y penetrante, no podía comprenderlo, nunca fueron los ojos que la miraban en el metro o en el museo, era una mirada distinta.
Lentamente se fueron dando cuenta que estaban solos, pero bien acompañados, la mirada comenzó la charla, se sentía como maestro de ceremonia de la orquesta de palabras y oraciones que estaban por venir y finalizar escuchando los aplausos de los sabiondos y los que no sabían qué hacían ahí.
El se levantó, tomó su chaqueta y su libro, e inmediatamente ella hizo espacio en su mesa, prefirieron no nombrarse y así evitarse la descripción de cada uno, ajena a aquel momento.
Hablaron desde L’amour amour hasta el Chandon de sus mesadas, sobre la diferencia entre Sábato y Eco, resaltar la voz por sobre el silencio, desde la A hasta la X ya que no querían terminar con el alfabeto completo, siempre habría algo que contar, el café sobre el coñac, la piel sobre la piel.
Nunca mencionaron el amor, mucho menos la amistad, sus nombres fueron un secreto implícito. Por momentos renombraban las terribles enfermedades que aquejaban al mundo moderno, concordando que la tierra por fin se estaba librando de su peor enemigo (el ser humano), solamente para darse cuenta que estaban ahí, en el medio, en ese preciso momento y no dejar que el silencio afecte algo que se había vuelto indiscutible.
Las horas transcurrieron a pasos de gigantes, decidieron en ese instante debido al mal tiempo, regalare tiempo de su tiempo al tiempo para que no envejezca tan nuevo, como cuando a Enero se le olvidó que ya estaba en Febrero. Las risas sobre la política y las divinas comedias que observaban las veinte y cuatro horas fueron el plato principal, y aunque temblaran por el frío, deseaban no terminar con la tertulia de sus labios, con la imaginación de ella y la realidad de el.
Escribieron una historia sin h, para jactarse de las reales academias de la lengua, inventaron una música en sus oídos como si quisieran darle a la novena una décima sinfonía, mencionaron las distancias, el resto de gente que les restaron importancias, las cuentas adeudadas en sus infancias, las marionetas de la plaza, el color de la pasión.
Ella permanecía dentro de aquel café irlandés espiando sus obras de arte, se quedaba mirando varios segundos las que había pintado por primera vez; Pidió un café largo mientras esperaba que la lluvia termine con su rabia.
Su departamento quedaba a seis cuadras del lugar, pero no tenía la prisa constante de todos los días para volver, ese día no. Adoraba el aroma del café por la mañana, especialmente cuando era invierno, gustaba de observar la mirada de la gente, sobre todo en el metro, pues siempre pensó que los ojos decían mas que las palabras, quizás por tal razón nunca quiso aventurarse a alguna relación duradera.
Su admiración por los Films de Almodóvar era indiscutible, ya habría comprado las entradas para su último estreno, al cual nunca faltaría. Detestaba el olor a cigarro y las preguntas incómodas en lugares inapropiados, pues le parecía que iba en contra de lo que ella pensaba, sin embargo, siempre las respondía con su sonrisa de encanto, para alegrar al intrigado.
Recuerda haber entrado en aquél lugar unas contadas veces, y aunque siempre estaba repleto, encontraba algún espacio para pedir su café y leer algún libro de esos que nunca pasan de moda, pero ese día al lugar lo colmaba la ausencia, solamente ella, el mesero y el dueño se encontraban ahí, hasta que el ruido de la puerta la distrajo.
El había entrado algo distraído, como si supiera exactamente a donde llegaba y en donde sentarse. Llamó al mesero, le susurró al oído, y el mesero respondió alegremente. Minutos más tarde, volvió con una copa con coñac hasta la mitad y un atado de Philip Morris, parecía que iba a quedarse más de lo esperado.
El vivía lejos del lugar, pero últimamente concurría más de lo normal, siempre pensó que era el mejor sitio para poder distraer su mente, recordar los Films de Chaplin, la música de Beethoven y los relatos del Marqués para saber qué podría hacer pasadas las diez.
No soportaba a la gente con dietas y parámetros estructurados, mas era vegetariano por gusto ya que la carne que degustaba no se encontraba fácilmente en el mercado de la ciudad.
No había notado que en la mesa de enfrente se encontraba ella sentada con las piernas cruzadas, como le había enseñado su abuela desde pequeña, hasta que alzó la mirada con la sorpresa de haber encontrado algo en “Rayuela”, como si fuese lo que esperaba escuchar ese preciso instante, y sus ojos se impregnaron de su belleza.
Ella había derramado un poco de su café sobre la mesa, y alzó la mirada para llamar al mesero, hasta que sintió que era observada, nunca se lo imaginó, quien estaba al frente la miraba con decencia y delicadeza, como si deseara entablar una conversación a ciegas en algún lugar remoto de esta tierra. A veces fantaseaba demasiado. Pero esa mirada fue intrigante y penetrante, no podía comprenderlo, nunca fueron los ojos que la miraban en el metro o en el museo, era una mirada distinta.
Lentamente se fueron dando cuenta que estaban solos, pero bien acompañados, la mirada comenzó la charla, se sentía como maestro de ceremonia de la orquesta de palabras y oraciones que estaban por venir y finalizar escuchando los aplausos de los sabiondos y los que no sabían qué hacían ahí.
El se levantó, tomó su chaqueta y su libro, e inmediatamente ella hizo espacio en su mesa, prefirieron no nombrarse y así evitarse la descripción de cada uno, ajena a aquel momento.
Hablaron desde L’amour amour hasta el Chandon de sus mesadas, sobre la diferencia entre Sábato y Eco, resaltar la voz por sobre el silencio, desde la A hasta la X ya que no querían terminar con el alfabeto completo, siempre habría algo que contar, el café sobre el coñac, la piel sobre la piel.
Nunca mencionaron el amor, mucho menos la amistad, sus nombres fueron un secreto implícito. Por momentos renombraban las terribles enfermedades que aquejaban al mundo moderno, concordando que la tierra por fin se estaba librando de su peor enemigo (el ser humano), solamente para darse cuenta que estaban ahí, en el medio, en ese preciso momento y no dejar que el silencio afecte algo que se había vuelto indiscutible.
Las horas transcurrieron a pasos de gigantes, decidieron en ese instante debido al mal tiempo, regalare tiempo de su tiempo al tiempo para que no envejezca tan nuevo, como cuando a Enero se le olvidó que ya estaba en Febrero. Las risas sobre la política y las divinas comedias que observaban las veinte y cuatro horas fueron el plato principal, y aunque temblaran por el frío, deseaban no terminar con la tertulia de sus labios, con la imaginación de ella y la realidad de el.
Escribieron una historia sin h, para jactarse de las reales academias de la lengua, inventaron una música en sus oídos como si quisieran darle a la novena una décima sinfonía, mencionaron las distancias, el resto de gente que les restaron importancias, las cuentas adeudadas en sus infancias, las marionetas de la plaza, el color de la pasión.
-¿Porqué nunca me miraste?-
-El sitio solía estar muy lleno de máscaras, y debo admitirlo, yo llevaba casi siempre una puesta. Yo nunca me enamoré-
-Yo diría día por medio. ¿Puedo invitarte otro trago?, aún no se me hace tarde para llegar a ningún lado-
-Un café sobre el coñac, gracias-
Concordaron que la tristeza era una informalización solamente usada para ganar adeptos, que la verdad no era feliz si no tenía larga la nariz y que el amor viene envasado al vacío por el miedo de caducarse solo con el tiempo.
Se despidieron mas nunca prometieron obligarse a un nuevo encuentro, no habría pañuelos de despedidas ni promesas inalcanzables, fueron verdaderamente felices, cada cual con sus narices.
"De mis Obras incompLetas"
Se despidieron mas nunca prometieron obligarse a un nuevo encuentro, no habría pañuelos de despedidas ni promesas inalcanzables, fueron verdaderamente felices, cada cual con sus narices.
"De mis Obras incompLetas"
Concordaron que la tristeza era una informalización solamente usada para ganar adeptos, que la verdad no era feliz si no tenía larga la nariz y que el amor viene embasado al vacío por el miedo de caducarse solo con el tiempo.
ResponderEliminarQUE MAESTROOO!!!